La casa SALLOBANTE ATERPETXEA se halla en la reserva de la biosfera de Urdaibai
¿Queréis conocer su entorno? ¡Vamos!
Muy cerca de la casa
¿Qué os parece si salimos a dar un paseo a pie y respirar aire puro? Al asomarnos por la puerta del lado norte de la casa, aparece ante nuestros ojos una pradera de hierba, la presencia mágica de un robledal centenario y un pequeño jardín; si giramos a la izquierda —noroeste—, veremos una caseta de madera de aseos públicos, y una pista —probaleku— de deportes tradicionales vascos cubierta de musgo —sólo activa en junio con motivo de las fiestas de San Juan, en Errigoiti, el pueblo más cercano—, y si seguimos rodeando la edificación hacia el sur, dejando a la izquierda el txoko —sociedad gastronómica de Metxika, anexa a la casa—, llegaremos a un miniparque de juegos, con pasadizos, tobogán y una hamaca-columpio circular que hace las delicias de niños y mayores
Justo al lado está la Iglesia de San Lorenzo —siglo XIX—, parroquia que alterna misas con la de Santa María de Idibalzaga, en el barrio de Elizalde de Errigoiti. Tras la iglesia, llegamos a un campo de fútbol de hierba silvestre con dos porterías blancas, buen lugar para la expansión y el recreo
Volvemos sobre nuestros pasos hacia la entrada principal del aterpetxe —sureste—; subimos por las escaleras, o la rampa, hacia el porche. Vemos a la derecha unas toscas mesas de madera de merendero, bajo las poderosas ramas de los robles, una fuente de agua fresca —elixir para los ciclistas— y dos barbacoas instaladas sobre un único murete de piedra. Nos hallamos ahora ante la entrada principal de la casa. Nos recibe un porche de madera y teja, adornado con plantas y flores; un llamador de bronce en la puerta nos transporta al pasado. Y volvemos a entrar. Un buen desayuno y…
¿Qué tal un paseo más largo?
La casa está situada en un cruce de caminos, desde donde podemos decidir si ir a las playas o a los puertos, al monte, a la civilización o al bosque. Cada quien elige el cuento de hadas o la aventura que le apetezca vivir. ¿Vamos a ver el mar? Entonces, lo más cómodo es subirnos al coche —o a la motocicleta o bicicleta, o caminando, los más intrépidos—, e ir hacia el norte. Pasando por el barrio residencial de Metxika, tomamos una carretera local flanqueada por prados con vacas, ovejas y yeguas pastando, y más adelante, adentrándonos en bosques de pinos y eucaliptos de gran altura, llegamos a una carretera convencional de dos carriles que nos lleva hasta Forua. Aquí es mejor aparcar; subirnos al tren en dirección Bermeo y mirar por las ventanillas de la derecha la maravillosa marisma…
Seguimos hasta Murueta, desde donde se puede acceder a los antiguos astilleros de la marisma del río Oka, o seguir hasta la playa más cercana, San Antonio, y sus islotes de Sandinere y Txatxarramendi, exuberantes de vegetación, de una belleza sin igual. Si nos gusta el mar en su máxima expresión, haremos una parada en Mundaka, localidad frecuentada por surfistas de todo el mundo en busca de la ola izquierda más larga de Europa, con un puertito encantador, donde es posible comprar pescado fresco, y una ensenada de arena y aguas más amables para gozar del baño. Si damos un paseo a pie hacia el norte, nos encontraremos con la península de Santa Catalina y su ermita —siglo XIX—, con vistas a escarpadas playas de roca, a la isla de Izaro, al peñón de Ogoño, y al margen derecho de la ría y sus playas turísticas, donde iremos de excursión otro día
Muy cerca de Mundaka está Bermeo, puerto famoso por su tradición pesquera y conservera. Según nos vamos acercando, contemplamos su escaparate de edificios dispares de distintos colores, sus astilleros, su puerto pesquero y deportivo, y su oferta de bares y restaurantes. Dar una caminata por el rompeolas es sensacional e inolvidable: la inmensidad de la mar, la respiración del entrañable salitre portuario, tan evocador y estimulante
¿Seguimos en autobús?
Ascendemos más hacia el norte, por una serpenteante carretera de vetustos árboles cubiertos de hiedra; alcanzamos el faro de Matxitxako —el más saliente de la costa de Euskadi y el segundo más septentrional de la Península Ibérica—, que ofrece una panorámica de casi 360º del horizonte oceánico. Subiendo unos kilómetros más arriba, aparcamos, y nos asomamos al mirador, desde el que oteamos el islote de San Juan de Gaztelugatxe, sobre el que se construyó la ermita homónima —siglo X—, un prodigio arquitectónico que reta a la bravura del mar abierto. Desde el mirador, fotografiamos, respiramos y guardamos en nuestras memorias —artificiales y orgánicas— los bellos recuerdos de esa belleza natural y sobrecogedora
Si esta excursión nos ha sabido a poco, podemos descender, dentro de este biotopo —ya rumbo oeste—, hasta la playa turística y arenosa de Bakio, llena de vida, de gente tomando el sol, bañándose o practicando surf y otros deportes acuáticos. Al atardecer, miramos al cielo —lienzo pintado de conmovedores colores—, regresamos a Forua, y de ahí a casa.
Llegamos cansados al Aterpetxe y… ¿Qué mejor que una buena cena ante la chimenea o en el jardín? ¿Un poco de lectura? ¿Una guerra de almohadas en las literas? ¿O una sesión de contar chistes, cuentos o historias entre familia y amigos? Y a dormir, arrullados por el silencio característico de Sallobante… Felices sueños…
Otro día amanece bello, nublado o despejado...
No nos importa, todo nos viene bien, hasta la lluvia. ¿Por qué no dedicar la mañana a caminar y admirar la naturaleza? Un desayuno reconfortante, y ponemos rumbo noroeste. Subimos una leve pendiente por la carretera asfaltada, entre pastizales poblados de ganado, y a unos 15 minutos, junto a una fuente, accedemos por una escalinata a la ermita de la Santa Cruz, en Bizkaigane. Desde allí, a casi 400 metros de altura, podemos divisar los 360º de panorámica de gran parte de Bizkaia: Bilbao, el abra de la ría del Nervión, el mar a lo lejos, los bosques cantábricos, pueblos de blancas edificaciones y tejados rojos, caseríos, el parque natural de Urkiola, las altas montañas nevadas… Paisajes que desde ese lugar calman el alma
Volviendo sobre nuestros pasos y tomando otro camino a la izquierda —al norte—, en unos minutos, bajando, nos encontramos con Bizkaigane Elkartea. Granja orgánica de productos ecológicos derivados de la leche de vaca y oveja, quesos, yogures, kéfir, chorizo, carne…
Repongamos fuerzas, es la hora del hamaiketako —aperitivo—, si aún nuestras piernas se animan, no es mala idea tomar un pote o un refresco en Errigoiti, ¿verdad?
Errigoiti
Errigoiti —antiguamente, Rigoitia— ostentó el título de Villa —siglo XIV—. Entre praderas y arboledas, encontramos su pequeño y acogedor núcleo urbano, presidido por la casa del Ayuntamiento —Udaletxea—, y a su alrededor, contadas casas y caseríos. Dispone de biblioteca, ludoteca y taberna… Pero conozcamos más este pueblo, ¿no os parece?
Subimos una empinada vía empedrada, dejando a nuestra derecha un edificio municipal —con auditorio y sala de yoga—, y llegamos a Ikuilu, el txoko del barrio de Elizalde, muy animado los domingos y días festivos, y lugar de celebraciones de todo tipo, hasta conciertos de rock. A su derecha vemos el Humilladero de San Antonio —siglo XVIII—, de estilo barroco, y un poco más allá, la Iglesia de Santa María de Idibalzaga —siglo XVI—, de aire neoclásico tras numerosas modificaciones. Antaño, exhibía un cadáver embalsamado, o cuerpo santo —Gorputz Santue—, que, se decía, obraba milagros; era de gran devoción entre los parroquianos y una atracción turística. La parroquia dispone de un anexo: Las antiguas escuelas. Ahora reconvertidas en una especie de museo; en sus muros se exponen ingeniosos y arcaicos útiles de labranza, fotografías de personajes errigoitiarras célebres y otras curiosidades. Ambas edificaciones se ubican dentro de un robledal centenario, testigo, entre otras muchas cosas, del reposo de los caballeros del Señorío de Vizcaya de paso hacia la Casa de Juntas de Gernika. Bajo uno de esos robles centenarios celebré mi boda, me dice alguien por aquí… También hay una fuente, barbacoas, un aseo público, un parque de juegos con una barca y columpios, y más allá, el cementerio. Justo en frente, cruzando la carretera, se alza el frontón ‘Kirru’, bautizado así en honor al célebre pelotari Pablo Elguezábal
Errigoiti es un municipio muy extenso, un lugar estratégico, lleno de gente muy variopinta y maravillas naturales; querréis volver a explorarlo…
Gernika-Lumo
Tal vez la excursión de hoy nos haya dejado algo cansados. Qué mejor que reposar en el Aterpetxe; reflexionar sobre todo lo que hemos visto y oído, y planificar el día de mañana. Habrá que acercarse a la civilización, comprar alimentos para cocinar, y de paso, conocer el celebre municipio de Gernika-Lumo, del que nos separan apenas 5 kilómetros —en sentido sureste—; en menos de un cuarto de hora nos plantamos allí sobre ruedas; hay parada de autobús
El bombardeo, el cuadro homónimo de Picasso, la Casa de Juntas, el Árbol de Gernika y el Museo de Euskal Herria le han dado a esta población fama internacional. Dispone de parques, mercado, bancos, farmacias, panaderías, estaciones de tren y autobús, centros deportivos, bares, tiendas ecológicas, hospital, cine, talleres… Allí encontraremos todo lo necesario para aprovisionarnos. Su ubicación —a las orillas del río Oka— nos abre una interesante perspectiva de la marisma que se forma en su desembocadura, con una fauna y flora que se conservan con mimo. Un paseo por esa reserva de la biosfera, corazón mismo de Urdaibai, es inevitable
Hace sol, y un calor ideal para bañarnos; ¿exploramos la margen derecha de la ría y sus playas? ¡Cómo no! Desde Gernika —hacia el noreste—, llegamos al Castillo de Arteaga —siglo XIX—, de arquitectura neogótica y mandado construir para la emperatriz Eugenia de Montijo. Muy cerca, andando, está el Urdaibai Bird Center, desde donde se pueden contemplar con telescopios las especies de aves protegidas, sin molestarlas, en relajante silencio. ¿Echamos a suertes si continuamos en coche o en transporte público…? Lo pensamos tomando una infusión o un café…
Pasado Arteaga, por la carretera hacia Elantxobe, podemos visitar las Cuevas de Santimamiñe y el Bosque Pintado de Oma, dos lugares de interés antropológico y artístico. Pero hemos dicho que hoy queremos playa; de modo que volvemos a la carretera BI-3234. La primera playa que encontramos, es de esas que creemos que sólo existen en la fantasía: Kanala —del periodo Cretácico—, sujeta a las mareas y exuberante de vegetación que crea sombra sobre la fina arena; es accesible a los perros en horas razonables. Tu mascota puede corretear y bañarse libremente en esas aguas, en las que cubre poco, pero cuidado con las corrientes…
Las Playas de Laida, Laga y el puerto de Elantxobe
La siguiente es Laida, playa cambiante de dunas, desde donde es posible cruzar al otro lado de la ría, caminando sobre la arena, cuando la marea está baja, y admirar a gente joven practicando deportes acuáticos espectaculares: kite surf, paddle surf, piragüismo, vuelo de cometas… Subiendo por la carretera costera, embebidos por la hermosura del mar y después de unas cuantas curvas, descendemos hasta la playa más popular y mejor catalogada de Bizkaia:
Laga es un arenal de más de 500 metros de longitud, muy frecuentado por todo tipo de personas ansiosas de sol y diversión playera, con chiringuitos, puestos de bisutería y un ambiente surfero y distendido. Aquí el tiempo pasa sin darnos cuenta. Pero nos preguntamos: ¿Qué habrá tras ese cabo de Ogoño, que se alza majestuoso a más de 200 metros de altura al este? Y nuestra curiosidad nos lleva a un pueblo pesquero de ensueño:
Elantxobe es una joya arquitectónica de casitas aparentemente en desorden, que se elevan por la ladera sureste del monte de piedra y encinar cantábrico de Ogoño. En las dársenas del puerto, veremos a adolescentes lanzándose al agua desde los muelles y rompeolas, que forman piscinas naturales de agua salada. El baño allí es el mejor, os lo digo por experiencia…
La gran Bilbao
Los días vuelan en vacaciones, y pregunto: ¿Quién quiere pasar una jornada en Bilbao? Unos cuantos nos subimos al coche, los demás en transporte público, y en cuarenta minutos, nos hallamos en el centro de una de las ciudades más amables que uno pueda imaginar. Si nos encontramos con ganas, tenemos a nuestro alcance el Casco Viejo, su laberinto de siete calles y la Catedral de Santiago, rutas de poteo, pinchos y souvenirs, y el Museo Guggenheim, obra maestra del arquitecto Frank Gehry y punto de encuentro para los amantes del arte, como lo son también el Museo de Bellas Artes o el Itsasmuseum Bilbao —Museo Marítimo—, al pie del nuevo estadio de San Mamés y cerca de la isla de Zorrotzaure. Más allá, hacia el abra de la ría del Nervión, se alza el Puente de Bizkaia —siglo XIX—, en Portugalete, y el Puerto Deportivo de Getxo…
Gipuzkoa, Araba e Iparralde (Francia)
Por supuesto, hay cientos de lugares extraordinarios que visitar, no sólo en Bizkaia, sino en toda Euskal Herria: Gipuzkoa, Araba o Iparralde (Francia), a un par de horas, o Cantabria —al oeste—, o los bonitos pueblos de Burgos, o el Nacimiento del Nervión… Quizás para el siguiente viaje…